ENCARGO ECLESIÁSTICO

Desde su inicio, la Iglesia Católica ha alabado las «bellas artes» y ha visto en ellas un aliado muy próximo en el apostolado que posee un objetivo universal: dar gloria a Dios asi como la salvación y la edificación de los creyentes (33). Según palabras del Papa Juan Pablo II «la Iglesia necesita del arte para difundir su mensaje» (34).
La Iglesia «ha fomentado y protegido siempre el avance del arte y admite al servicio de la religión todo lo bueno y bello que el espíritu humano ha producido a lo largo de los siglos, salvaguardando siempre las normas litúrgicas» (35).

El Concilio Vaticano II destaca, por tanto, que «la Iglesia ha tenido que ser siempre una especie de árbitro; ha juzgado las obras de los artistas y decidido cuáles respondían a la fe, a la piedad y a las normas transmitidas con total reverencia, asi como las que sirven para el servicio de lo sagrado». Despues del Concilio son los los obispos los que deben de ocuparse de que «sean alejados de los templos de Dios y de otros lugares sagrados aquellas obras de artistas que contradigan la fe, las costumbres y piedad cristianas, como también aquellas que vulneran el auténtico sentir cristiano, ya sea bien porque las formas están desfiguradas o porque las obras sean artísticamente insatisfactorias, mediocres o de mal gusto».

Por esta razón, el Concilio recomienda exprésamente que se funden escuelas o académias de arte sacro destinadas a la formación de artistas con el objeto de «empaparles del espiritu del arte sacro» y así, producir obras para alabar y glorificar a Dios, para el culto católico y la edificación e instrucción de los creyentes (36).

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