PERFECCIÓN

Por último queda por nombrar la «más elevada ley del fin último» (21), a la que se subordina todo arte. El fundamento de todo lo creado, este «estar constituido» (22) por la razón divina, conlleva automáticamente la búsqueda en cada acción humana de su bien apropiado, el cual consiste en la imitación de la perfección de Dios.
Por eso, el arte y sus obras hay que juzgarlas en la medida que se conformen con el fin último del hombre (23). El hombre, pues, está sujeto en su esfuerzo al deber y al inmenso proceso de orientar todo, incluida también su actividad artística, según la perfección de Dios: «Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (24).
Ante este impresionante requerimiento se encuentra precísamente también el artista activo en la Iglesia, y se esforzará a corresponder con la ayuda de Dios. «La realización de obras de pintura, escultura y arquitectura (nota: naturalmente también las demás artes) debe confiarse sólo a artistas, que sean expertos en su materia y que sepan dar expresión tanto a la fe auténtica como a la piedad verdadera, que es al fin y al cabo la meta de todo arte sacro.» (25).

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