FORMA Y MENSAJE
Pertenece también a la esencia del arte el valor de la expresión, como también el mensaje de una obra. «Si una obra de arte precisa de una explicación en palabras, perdería entonces su valor propio y serviría tan sólo para causar un placer a los sentidos en la medida de lo sensible y al espiritu es decir el goce de un juego vanidoso» (16).
La verdadera obra de arte se basta a si misma para reproducir de una manera viva y asequible los pensamientos y sentimientos de su creador; por su sola delectabilidad y finura atráe al entendimiento y sentimiento del hombre para despertar en el alma el anhelo de lo que «ni ojo vio ni oido oyó, ni pasó por el corazón del hombre las cosas que preparó Dios para los que le aman» ( 17).
En la auténtica obra de arte no solo se representan de la mejor manera posible las distintas partes constitutivas en su expresión formal, sino que además se relacionan de una manera armónica («la belleza existe en la relación armónica de sus partes constitutivas») (18). Así cumplen los requerimientos de la verdad y de la comprensión, como también del contenido de la forma.
En el arte sacro, es precísamente el contenido el que llena la forma, la determina. (19).
Para el arte sacro no es apropiada la actividad artística que desaprueve o desprecie lo medido por la realidad como tampoco aquel arte que renuncie del todo a un contenido intelectual. Tampoco sirve un arte que persiga la descomposición y disolución de lo formado, que busca la destrucción los órdenes transmitidos en lo formal.
«Y cuando el arte interpreta própiamente realidades religiosas o quiere ser un arte «santo», se le puede exigir entonces evitar toda falsificación, toda profanación, asi como toda agresión al sentimiento religioso del hombre, a la verdad de su fe y a las virtudes que representan su ideal. Este respeto del hombre, gracias al respeto de lo que más aprecia con su corazón, es fundamental para la dignidad del arte» (20).
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