ESTRUCTURA Y BELLEZA

La expresión latina para arte «ars» -la raiz «ar» significa «unión» (gr. ararisko, arete)- significa estructura, sistema. Por este motivo, el verdadero arte debe tener una estructura, y más concrétamente, en el sentido del «orden» predeterminado por Dios en la naturaleza. Si una obra rechaza esta «estructura natural», sufriría la perdida de la «belleza natural», perdería aquel misterioso brillo que es el reflejo de lo divino y que se encuentra en todas las obras de Dios.
Bajo bello denominamos pues lo que «responde a la medida de nuestra naturaleza, movimientos, que en sus dimensiones corresponden a nuestro deleite» (11).
«Se denominan bellas las cosas cuyo aspecto produce un placer...
... en el reconocimiento de lo bello el esfuerzo encuentra el descanso» (12).
Según San Agustín y Santo Tomás de Aquino, la belleza es «splendor ordinis», el destello y reflejo del orden divino, la iluminación de la armonía interior.

El arte encuentra así su marco en la naturaleza predeterminada por Dios, la cual halla su más elevada expresión en la naturaleza del hombre perféctamente ordenada en la que las fuerzas sensibles están sometidas a las superiores potencias espirituales como estas lo están a la ley divina. «La actividad debe ser, según el arte y la razón, conforme a lo que, según la naturaleza, ha sido establecido por la razón divina» (13). «No es que en su caso se trate de una mera imitación de la naturaleza, como si se quedara detrás de cada realidad, sino que además el arte profundiza en la naturaleza y deja que sus obras procedan de la creación de Dios; la contempla con el fin de familiarizarse con ella e intenta, en su ser corporal, descubrir el destello de lo divino.
El arte está pues precísamente tan lejos de un realismo desproporcionado, totalmente material y malo, como de un falso idealismo que ofrece a la naturaleza una fantasía egoista y oscura» (14).
A diferencia de la pintura o escultura, tanto en la música como en la literatura no se trata de formas visuales sino de formas acústicas, de modelos acústicos que responden a la esencia de nuestra naturaleza humana y a nuestra sublime llamada hacia la perfección, y que deben dar respuesta al Creador, al ofrecimiento de su gracia, cantando alabanzas a su santidad: «Tú has convertido mi lamento en danza, me has retirado el traje de tristeza y me has ceñido con la alegriá. Por eso, te canta mi corazón y no quiere callar. Señor, mi Dios, quiero darte gracias eternamente» (15).

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