«A tu Hijo celebrados todos con cantos, también a Ti, como Templo espiritual, oh Madre de Dios.El que antaño en tus entrañas habitó y todas las cosas con su mano abarcó, el Señor, el te santificó, el te glorificó, y enseñó a todos a invocarte:
Dios te salve, refugio de Dios y del Verbo,
Arca dorada por el Espiritu Santo...
Oh Madre digna de toda alabanza, que dio a luz al Verbo Santo entre todos los santos, acepta nuestras ofrendas... ».
(Del Himno Akatistos, v. 23)
INTRODUCCIÓN
En su ser más profundo, se podría denominar al arte como «Nieto de Dios» (1); y del artista dice Goethe que es «alguien que quiere conservar algo reconocido como sagrado y extenderlo con empeño y con delicadeza» (2).
Dios, como Creador de todo ser, es la belleza eterna, la belleza original, «el principio y fin de todas las cosas» (3).
En todas sus obras se halla un reflejo de su Ser. Por tanto, Dios es también la fuente misteriosa de todo arte.
"Dios mismo ha mostrado en primer lugar al Hijo unigénito y su Verbo, imagen viva de Si mismo, expresión natural inmutable de su eternidad, pero también ha creado al hombre a su imagen y semejanza» (4).
En la actualidad nos movemos en torno a una nueva época estilística en la linea del arte religioso y sacro; buscamos una respuesta a la pregunta; bajo que criterios el arte corresponde en la misma medida a lo sacro y a la época.
Para la iglesia es de especial importancia la pregunta de si una obra de arte concreta, que pretende ser al mismo tiempo religiosa y actual, también corresponde al carácter apostólico del arte sacro cristiano y si es apropiada para dar gloria a Dios. También nos podemos preguntar, si en una época, en la que se cuestionan todos los valores, se mantiene aquel punto medio saludable, en el que se expresa la continuidad religiosa en su convincente actualidad.
«La belleza de las obras de arte es más intensa cuanto más púramente el espíritu del artista refleja el orden divino, asi como cuando lo expresa de una manera más auténtica y convincente» (5).
Con esto, la decisión no puede gustar siempre con una forzosa seguridad, ya que las obras de arte no responden a ningún problema de aritmética.
No obstante, no podemos olvidar las palabras de los conocidos expertos en arte Prof. Hans Sedlmayr y Prof. Karl Frank, quienes con frecuencia han hecho referencia a los peligros de un arte que deshace todas las normas: «De la alteración total de las normas tradicionales, con la profanación y descristianización de la vida y del abandono de la dignidad y de la viva imagen divina del hombre resultan inevitablemente tales salidas de tono groseras y tales caricaturas blasfemas que no respetan ni lo sagrado ni la imagen de Dios en el hombre...» (6).
Los intentos de conseguir nuevas composiciones y de realizar experimentos técnicos en el arte sólo pueden tener éxito cuando no sólo se unen a desarrollos artísticos ya consumados, sino ante todo, si se insertan en el marco determinado por Dios en el acto creador, con el hombre creado y la naturaleza creada.
«El arte cristiano está precísamente ligado en sus representaciones a la imagen del hombre. Se puede observar en ello una limitación, pero, por otro lado, se sabe que la falta de relación contradice a la razón de ser del arte. La forma pura, el color solo, puede tan poco como el rayo de luz transmitir contenidos religiosos» (7).
Finálmente debe decirse también que cada «reducción», «abstracción» o «disolución» tiene en algún momento un final que ya no permite reducir o abstraer más.
«Las instalaciones» han dado tan poco resultado como las «acciones». Se han convertido en rituales vacios... la verdadera capacidad artística, incluyendo el conocimiento de las formas de expresión «clásicas» resultan ser las condiciones para una renovación del arte» (8).
Con ello no nos oponemos a una razonable «abstracción», sino al peligro del nihilismo que podría surgir de una libertad mal entendida. En resumen, no se trata -particularmente en el arte sacro cristiano- ni de una imitación naturalista de la realidad ni de composiciones en base a conceptos abstractos, sino de la tensión de la "parábola, -de la comparación" que resulta del equilibrio entre lo espiritual y lo artístico.
Una nueva reflexión sobre los principios intelectuales y espirituales de nuestra tradición, una profundización en nuestra vida religiosa, un debate fecundo con la fe de la Iglesia y con los problemas del hombre, asi como un esfuerzo por conseguir formas de expresión actuales de elevada calidad darían al arte sacro cristiano -al arte en general- nuevos impulsos.
El punto de partida, ámbito y estructura de cada creación del hombre debe ser por eso siempre la naturaleza humana otorgada por Dios, la cual nos es dada en su más perfecto fin a alcanzar por nosotros, en nuestro Senor y Dios Jesucristo, «imagen propia y verdadera del hombre»
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