MÚSICA SACRA
La música, como arte inmaterial y especialmente vivo, aplica su mensaje alli donde la lengua carece de ideas apropiadas; ?que otro arte sería, pues el más adecuado para entonar alabanzas a Dios y elevar los pensamientos y sentimientos del hombre a Dios a traves de dignas representaciones de obras importantes?
Por este motivo, la música espiritual desempeña un importante papel en el arte sacro. A traves del tono y la melodía pueden penetrar más fácilmente en el corazón del hombre la palabra de Dios y las verdades de fe, aumentando así el fruto que los fieles reciben de la liturgia. Del mismo modo, le posibilita adherirse a los fieles a la fe, introducirse en la interminable «música» de la buena nueva y dar expresión alegre a su fe y a sus sentimientos piadosos.
A consecuencia de ello, la dignidad y eficacia de la música espiritual son mayores cuanto más se aproximan en esencia a la sacrosanta y perfecta palabra de Dios y a la Sagrada Eucaristía.
La originalidad de la música, cuyos artífices no llegan realmente a completar sus obras con los últimos toques en la partitura porque apenas empiezan a sonar, tienen que ser nuévamente reavivadas, requiere dirigir también una atención especial a los intérpretes.
En el sentido de arte sacro, no son estos titulares de un papel «teatral», ni son propiamente actores en un escenario sagrado, sino pregoneros de la realidad, de la verdad y de la fe. En esta tarea no basta la capacidad artística. Sólo un hacerse uno completamente con el texto y un abandono a la extraordinaria grandeza de Dios puede aquí elevar la música desde una mala experiencia estética hacia la alabanza de nuestro Dios y Señor. La sublime dignidad de la música espiritual reside entonces en su participación directa con la ceremonia y con el desarrollo de las oraciones litúrgicas, de modo que «podamos alabar y orar con más fervor al Dios Uno y Trino» (56).
Segun el Papa San Pio X, la música espiritual debe, por tanto, mostrar tres criterios, ya que estos responden a los requerimientos de la Iglesia: «la música religiosa ha de ser sacra, por lo que debe mantener siempre lejos lo mundano, no sólo de sí, sino también de su modo de interpretarla. Debe poseer además el carácter de arte auténtico, ya que de lo contrario no podria ejercer sobre los oyentes aquel efecto que la Iglesia espera cada vez que adopta el arte musical en la liturgia. Al mismo tiempo, ha de ser universal, es decir, que los diferentes pueblos puedan adoptar en los usos litúrgicos determinadas formas que constituyen la particularidad de su música, pero estas formas deben a su vez subordinarse de tal modo al carácter universal de la música espiritual que ningún miembro de otro pueblo perciba una impresión desagradable al escucharla» (57).
El verdadero arte sacro aprovecha, por tanto, constántemente en la música la mejor oportunidad de promover la ejecución de cada momento de la sagrada liturgia en su forma interna.
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