LA IMAGEN

Todo lo que tiene ser existe porque ha sido creado y «moldeado» por Dios y porque le fue otorgado por el infinito amor de Dios vivir en comunión con el creador y redentor. Todas las criaturas son por ello expresión, «imagen» del plan divino.
En la medida en que nuestro corazón se purifica, se hace capaz de percibir las cosas como tales imágenes, «sin embargo, precisa, para ello, de una profunda depuración de nuestra fantasia, de nuestras ilusiones y pensamientos. Mientras no se dé el camino de la purificación no es posible que los pensamientos de Dios, la chispa creadora que prende en todas las cosas, nos ilumine» (45).
Representar a Dios en su esencia no nos es posible. Sólo por medio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, se nos ha comunicado conveniéntemente a nuestro limitado entendimiento la grandeza de Dios. «Tengo la seguridad de que estoy pintando al Dios invisible no en la medida en que el es invisible, sino en cuanto que se nos ha hecho visible y ha tomado cuerpo y sangre. Por eso, no es la divinidad invisible lo que represento, sino que lo que hago es describir mediante una imagen el cuerpo contemplado por Dios» (46).
De este hecho resulta la posibilidad y legitimidad de venerar imágenes, ya que «cada acto de veneración rendido a una representación pasa hacia el original» (47).
Para el teólogo de las imágenes Juan Damasceno la primera función de una imagen está en «reconocer lo invisible en las obras expuestas y en empujarnos a imitar lo bueno» (48).
La imagen adquiere aún más importancia para algunos (por ejemplo para los niños) «que no pueden leer, para poder extraer de la representación al menos lo que no entenderían en los libros» (49).
Los artistas dedicados al ámbito sagrado deben esforzarse por recurrir a representaciones -semejantes a las parábolas- asequibles. Puesto que el arte sacro, y con el su simbolismo, tiene el deber de edificar y llevar hacia la piedad, el artista ha de tener en cuenta que la correspondencia entre la realidad divina y el símbolo material por las imágenes llegue a ser comprensible y accesible al pueblo cristiano. Asi también «el signo» indicará al pueblo algo divino. En toda simbología, sin embargo, nunca se identifica el símbolo enigmático con el mundo de lo invisible y lo sobrenatural que precisamente quiere representar. Tan solo el símbolo permite, vislumbrar algo del mundo divino.
«Como el hombre no posee ningún conocimiento abierto de lo oculto..., se ha constituido la imagen que lleva al conocimiento, al descubrimiento y al anuncio de lo escondido, sobre todo para su provecho, favor y felicidad, con el fin de que podamos, a traves de ellas, contemplar lo oculto, desear el bien e imitarlo, así como también al contrario, alejarnos del mal y detestarlo» (50).
Naturálmente, aquí se necesita de una mayor calidad artística: para ello están los conocidos criterios como la representación hasta en los mínimos detalles, la conjugación de relaciones formales y materiales, la integridad estética y otros, igualmente de importancia como el indispensable contenido específico y el mensaje religioso en obras sagradas.
Depende de la voluntad divina el efecto sobrenatural que pueda resultar de una obra del hombre, independiéntemente de la calidad artística. (Vease, los efectos ante imágenes o retratos de la virgen).
«La forma de la imagen debe tener la mayor claridad posible. Esta claridad no se refiere solamente a la completa nitidez de la composición de la imagen en relación con la totalidad de sus partes constitutivas y viceversa. Claridad se define como luz y esplendor del espiritu la cual determina la composición de la imagen y hace de la imagen en cierto modo un vaso permeable para dar a conocer la luz eterna; así como a traves de la naturaleza humana de Dios hecho hombre brilla su luz divina que a su vez da forma a su naturaleza humana» (51).

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