ARTE SACRO CRISTIANO

Toda actividad artística se halla fundamentada en Dios a traves de su verbo hecho hombre. Cristo es el principio en el que todo fue creado y por él toda la creación ha sido llamada al ser. Dios creó al hombre a su imagen (37).
Según palabras del arzobispo cardenal Dr. Christoph Schönborn, una «renovación del arte cristiano dependerá, pues, de la vuelta a Cristo, Dios hecho hombre, en quien Dios nos ha obsequiado con la imagen más perfecta de si mismo» (38). «El Verbo infinito del Padre a traves de ti, Madre de Dios, se ha determinado a si mismo. Y mientras reconstruía la imagen manchada a semejanza de la imagen original, la impregnó de la belleza divina. Nosotros, confesando la redención, reproducimos aquello en palabras y obras» (39).
Por ello, Dios es en Cristo un artista en el sentido más perfecto y, con esto, Creador e «Imagen» absolutamente perfectos y medida del arte sacro cristiano.
Si lo arriba mencionado se dice de toda obra de arte, vale de una manera especial para el arte sacro. En el caso del artista sacro se suma su relación interior y su adhesión a la fe católica y a su liturgia. «Desarollado junto con la comunidad cristiana el arte sacro-eclesiastico debe cumplir sus fines y obligaciones concretas» (40).
El arte sacro recibe su solemnidad y glorificación precísamente a través de su adhesión a Dios, Creador y Redentor, a la comunión con Cristo y a la liturgia de la Iglesia. No se trata de un arte privado antropocéntrico, en el que el artista sólo expresa su Yo, sus conceptos, sentimientos o deseos, sino de un gran deseo teocéntrico y cristocéntrico. Se trata también de una obra ejecutada por y para la comunidad cristiana, para conducirla a Cristo y ofrecerle lo mejor de si.
«El arte sacro es verdadero y bello cuando responde con la forma a su misión: barruntar el misterio trascendente de Dios por la fe y la adoración, y glorificarlo -aquella sublime belleza invisible de la verdad y el amor que se ha manifestado en Cristo...» (41).
Por eso, el arte sacro, es el mejor reflejo de la gloria futura e iluminando en la caducidad lo pasajero, es en la práctica una «representación de Cristo y sus misterios redentores» (42).
Para que las obras de arte sacras puedan satisfacer esta noble exigencia, han de cumplir junto a los criterios artísticos arriba mencionados las normas de la Iglesia: deben corresponder a la fe transmitida y al evangelio y respirar «santidad» en la forma y en la ejecución, es decir, evitar todo lo que está abiértamente en contra de la dignidad y piedad cristianas y que pueda herir el auténtico sentido cristiano (43).
Bebiendo de la fuente de la vida cristiana y de la inspiración eucarística, el artista sabrá retirarse y posponer sus propias opiniones e inspirarse en las fuentes divinas de la religión con el objeto de conservar pura la fe y servir a la comunidad cristiana. «De esta manera también el alma puede realizar obras llenas de vida cuando recibe del sol, es decir, de Cristo, el favor de la luz de la gracia. Así también cuando obtiene de la luna, es decir, de la Virgen Maria -la Madre de Dios- su intercesión, imita el ejemplo de los demás santos, de cuya cooperación se origina en el alma la obra viva y perfecta» (44).

Las obras de arte están determinadas por la «Communio Sanctorum» de la comunidad sobrenatural de todos los miembros del cuerpo místico de Cristo, también mediante el culto divino, la fe, la oración y la vida de la comunidad, reunida en torno al misterioso Cristo presente sacramental y veládamente. Hacia este propósito deben concurrir las artes y unirse en una nueva «obra de arte común», en la que cada imagen y cada estatua posea su función concreta y su sentido esencial.

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